MARGARET ATWOOD Y ALIAS GRACE


La escritora Margaret Atwood (Canadá, 1939), ya resulta familiar a los lectores de medio mundo. El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), su obra más importante hasta la fecha, ostenta el título de ser una de las más premiadas, valoradas, y cómo no, fotografiadas y subidas a Instagram. 

La serie The Handmaid’s Tale, producida por la cadena Hulu, y adaptación del libro, arrasó en la pasada entrega de los premios Emmy. Pero Atwood no es una autora novata con un golpe de suerte, no. Estamos hablando de una de las escritoras más consagradas de la literatura mundial. Está de moda, es verdad, y no se puede negar lo evidente; pero en el mundo de las letras, siempre ha estado presente, y lleva años demostrando que su narrativa es auténtica, de calidad y capaz de llegarnos a todos. 

Su obra abarca poesía, critica literaria y desde luego, narrativa. Aunque sonó para el Nobel este año, desgraciadamente no fue elegida. No tengo nada en contra  de Kazuo Ishiguro, de verdad, pero me habría encantado ver el premio en manos de Atwood. El Nobel aún se le resiste, y espero que sea por poco tiempo. Los que sí se ha llevado a casa: el Arthur C. Clarke (1987), el Booker (2000), el Príncipe de Asturias de las Letras (2008) y este año le otorgaron el Franz Kafka

Comprometida hasta los huesos con el arte, con la lucha por los derechos de la mujer, la libertad de expresión y los grandes problemas medioambientales, Atwood no ha tenido miedo jamás de levantar la voz y decir lo que piensa. Sus obras se impregnan de ese espíritu luchador y crítico con la realidad. 

Canadá es otro de los temas recurrentes en su obra. A la autora le interesa e inspira la historia de su país, el legado cultural de los canadienses y su proyección en el mundo.


"La escritura de obras de ficción es un arte del tiempo: a través de ella los acontecimientos se suceden, se ponen en marcha cambios; en otras palabras, la ficción cuenta historias. Y, a través de esas historias, nos conocemos a nosotros mismos y a los demás. Un país sin historias sería un país sin espejo: no proyectaría ningún reflejo, y ello llevaría, en el mejor de los casos, a una existencia fantasmal, sombría. «¿Quién soy?», se preguntarían los ciudadanos. Y no habría respuesta. Un país así tampoco tendría corazón, pues la escritura es un arte de las emociones. En una era de especialización, sólo el arte puede mostrarnos la totalidad del ser humano en sus muchas variantes.

Todo, en nuestras sociedades, se ve influido no sólo por la tierra que nos sustenta, sino por el mundo imaginativo que construimos, y en el que habitamos. Incluso nuestras instituciones aparentemente más sólidas se sostienen en las ideas que tenemos de ellas, en nuestra fe en su existencia. Los bancos se desmoronan cuando perdemos la confianza en ellos, tal como se ha visto recientemente. Y lo mismo sucede con las naciones. La función del arte, en cierto modo, consiste en imaginar lo real y, al hacerlo, dotarlo de ser".

Estos párrafos forman parte del discurso de agradecimiento que dio en la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en el 2008. Son mentes brillantes, como las de Atwood, las que  dan forma a las respuestas que se nos quedan atrapadas en los labios cuando alguien nos pregunta ¿por qué te gusta tanto la literatura? 





Las obras de Margaret Atwood te tocan. Dudo que algún día pierdan su universalidad, y creo que siempre será importante, y un placer, volver a ellas. El cuento de la criada, es uno de mis libros favoritos, y el que me llevó a seguir explorando su obra. Así fue como caí en el mundo de Alias Grace.

"En 1843, y a la edad de 16 años, Grace Marks se hizo famosa en Canadá al verse involucrada en el asesinato de Thomas Kinnear, a cuyo servicio trabajaba como criada, y del ama de llaves y amante de este, Nancy Montgomery. James McDermott, el mozo de cuadra de Kinnear y autor del crimen, fue condenado a muerte; pero a la joven se le conmuto la pena capital por la de cadena perpetua. Grace, siguiendo el consejo de su abogado, interpretó el papel de adolescente desorientada y, puesto que alegó haberse desmayado en diversas ocasiones mientras se perpetraban los crímenes, no pudo dar una versión clara del desarrollo de los acontecimientos y de su participación en ellos. Dieciséis años mas tarde, el joven médico estadounidense Simon Jordan intenta rescatar de la adormecida memoria de la reclusa las escenas reales que acompañaron al violento suceso, basándose para ello en las nuevas técnicas aprendidas en sus viajes por Europa".


Alias Grace se construye a través de la voz de Grace Marks, de los pasos de Simón Jordan —al que seguiremos de la mano de un narrador omnisciente—, y diversas cartas, artículos periodísticos, fragmentos de poemas y frases, que sirven como introducción a cada capítulo. Son las voces que componen el relato.

“Como es natural, he novelado los acontecimientos históricos… No he modificado ningún hecho conocido, si bien los relatos escritos son tan contradictorios que los hechos inequívocamente «ciertos» son muy escasos…” (Margaret Atwood, Alias Grace)

Grace Marks existió. Los asesinatos sacudieron a la opinión pública durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX, generando opiniones diversas sobre los motivos para cometer el crimen, el juicio y la condena. Atwood ve en este hecho una oportunidad, y crea una novela que nos hace cuestionar absolutamente cada detalle. 


El siglo XIX fue una época determinante en la historia canadiense,  aunque creo que a nivel mundial, la lucha entre tradición y progreso, se convirtió en una constante sin límites definidos. Poco tiempo había pasado desde la Rebelión del Bajo Canadá, sobre la que leeremos pequeños detalles durante toda la novela. Su recuerdo se mantiene bajo distintas perspectivas, aunque es Mary Whitney la que alza más la voz al respecto. 

Grace es una inmigrante irlandesa, lo cual tiene un peso ideológico a la hora de ser juzgada. No solo es pobre e inmigrante en una tierra dividida entre el nacionalismo canadiense y los tories, también es una mujer. 

Las mujeres, uno de los temas centrales en la obra de Atwood. Cómo se enfrenta y sobrevive una mujer pobre al siglo XIX. A pesar de los cambios, de los avances médicos, del valor que se le da a los expertos en campos como la medicina o la justicia; el peso de la tradición se deja sentir  con fuerza. Los prejuicios y la religión: dos factores a tener en cuenta en esas sociedades a medio camino entre la vida rural y la industrialización.  

Atwood saca toda la artillería pesada, y aunque sé que la metáfora de las matrioskas en literatura está ya un poco trillada, viene como anillo al dedo para describir la forma en la que la autora estructura la novela. Grace Marks nos cuenta la historia de su vida, y en los detalles del relato vislumbramos aspectos de su personalidad. Sin embargo, esta cadena de descubrimientos dan pie a nuevos misterios. Creemos llegar al fondo y resulta que solo hemos logrado desvelar una capa dentro de la profundidad del personaje. La gracia, y lo brillante en esta novela es que, aunque lo parezca, nada se queda en el terreno de lo ambiguo. Todas las voces que intervienen en la historia nos ayudan a construir a una Grace Marks cada vez más interesante.

Grace es un personaje brutal. No solo porque es inteligente a rabiar y compleja hasta decir basta, lo es, sobre todo, porque es capaz de llevarnos por donde quiere. A veces me hacía sentir como un juguete de trapo en el hocico de un perro juguetón. El abogado defensor de Grace la define  como 'una Sherezade'. No estoy de acuerdo en el contexto general de todo aquello que rodea a la definición, pero lo de Sherezade le va que ni pintado. 

Por el camino de la narración, experimentaremos las vergüenzas de la tradición y los prejuicios. Para toda la sociedad, Grace es un objeto, una pieza de exhibición dentro de un contexto en la que la mujer sigue considerándose como una pieza decorativa más, la eterna desconocida. ‘Hija de Eva’, causante de todos los males de esta tierra.

La duda constante es el combustible de la novela, pero durante la travesía vas a experimentar todo tipo de emociones. No es una historia de buenos y malos; son personajes vivos, como si tuvieran carne.  Siempre a medio camino entre el conocimiento y la ignorancia, entre el vicio y la virtud. Grace vive en los grises, por eso no encaja en el blanco y negro de la mentalidad del resto.

Antes de leer Alias Grace, no sabía qué demonios era un quilt. El quilt es una colcha artesanal que se confecciona a partir de retales, lo que también se conoce como patchwork. La imagen de Grace y Jordan en el cuarto de costura, no solo es una imagen bonita, también es simbólica. Porque la novela está llena de símbolos. Es una delicia descubrirlos a través de los diseños de las colchas, de las letras, de los ambientes y las cosas. Alias Grace es como un quilt. Los capítulos son retales, trozos de tela, de pensamientos, de momentos que uniremos lentamente, hasta formar su figura.

Atwood no deja nada al azar, ningún aspecto escapa a su control. Todo tiene un cómo y un porqué. En ello radica su genialidad.

Si tuviera que elegir una frase que describiera la esencia de Alias Grace, me quedaría con la siguiente:

“Pero por debajo, siento otra cosa, una sensación de estar completamente despierta y vigilante. Es como despertarte de repente en mitad de la noche sintiendo una mano sobre la cara e incorporarte con el corazón desbocado y ver que no hay nadie. Y por debajo de eso se percibe otra sensación, la sensación de que te desgarran para abrirte; pero no como un cuerpo  de carne, no duele tanto como eso, sino como un melocotón; y ni siquiera un melocotón desgarrado, sino como un melocotón demasiado maduro que se hubiera abierto espontáneamente. Y dentro de ese melocotón hay una piedra”.

Los convencionalismos morales, la represión y la búsqueda de vías de escape; los albores de las ciencias de la mente, intentando desentrañar siglos de superstición y prejuicio; la histeria, ese mal considerado como ‘femenino’; el sonambulismo; la pérdida aparente de la memoria: todo encaja a la perfección con el momento histórico en el que se desarrolla la novela. 

El gran acierto de la narrativa de Atwood es que, aunque sus historias nos dejen con más preguntas que respuestas, fluyen ante nuestros ojos con buen ritmo. En ello reside el talento de esta escritora, en no cerrar la puerta a ninguna posibilidad creativa. 

Alias Grace siempre estará allí, esperando que te atrevas y te tires al pozo emocional de cada uno de sus personajes. Tal vez descubras que, en algunos aspectos, aquellos seres del Canadá del siglo XIX, y nosotros, no somos tan distintos. 




ALIAS GRACE: LA SERIE

La directora Sarah Polley (Canadá, 1979), fue la encargada de dar vida a la miniserie canadiense, eso sí, bajo la supervisión de la mismísima Atwood. Se estreno en Netflix este viernes, generando mucha curiosidad entre los seguidores de la obra de Atwood. Todo un reto tirarse a la piscina con una nueva adaptación, sobre todo después del exitazo —y supongo que del presupuesto— de su hermana The Handmaid's Tale. Pero ni Polley ni la producción, el elenco, o la propia escritora, se achantaron.

La serie cumple. Una adaptación impecable, que cuida e intenta en todo momento respetar y honrar el espíritu del libro. Sarah Gordon (Grace Marks) hace un trabajo impresionante, y el elenco al completo responde con todo. Cabe destacar la participación de David Cronenberg (Canadá, 1943) y Anna Paquin (Canadá, 1982).  

No decepciona ni baja la guardia. Los momentos importantes, la carga emocional de los acontecimientos, todo está allí. Seis capítulos: más que suficientes para contarnos la historia. Como regalo, Atwood hace un ‘Stan Lee’, y lo hace la mar de bien.

En las adaptaciones alguien perderá, es así. Le tocó al doctor Simon Jordan. En la serie, su importancia pasa a un segundo plano, pero es comprensible, y lo hacen de la manera más respetuosa posible. Hacia la recta final, retoman un poco el tema de la correspondencia. Gran acierto, pues forma parte de la estructura de la novela.

Recomiendo ver la serie, casi tanto, como recomiendo leer Alias Grace


Debo confesar que ha sido una de las entradas más difíciles de escribir. Intentar recuperar los trocitos de emociones, de información, de sensaciones de un libro..., sobre todo cuando se trata de una escritora tan importante, de la que últimamente se habla tanto, y de la que hay tanto que decir. 

Estoy segura de haberme dejado un montón de cosas en el aire; espacios en blanco en los que hay lugar para seguir hablando de esta gran creadora de historias. Tengo el consuelo de que ese espacio se llenará con las palabras de los nuevos lectores de Margaret Atwood, y serán ellos los que aprecien y pongan voz a todas aquellas cosas, millones de cosas, que yo he pasado por alto. 

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