TAXI, EL NUEVO LIBRO DE CARLOS ZANÓN (PRESENTACIÓN)



Hay grandes escritores que aburren a un muerto en una entrevista o presentación. Ser un autor consagrado y bueno, buenísimo, no está ligado a ser un gran orador. En el caso de Carlos Zanón (Barcelona, 1966) resulta todo lo contrario. No solo es un escritor como la copa de un pino, es uno  de los autores que mejor conecta con la audiencia. Es la segunda vez que tengo oportunidad de ‘verlo en directo’, y la experiencia siempre es grata. Si hubiera un premio al escritor con mejor sentido del humor, se lo lleva de calle, seguro.

Nos presentó Taxi, su libro más reciente; acompañado por Santiago Álvarez (escritor y director de contenidos del festival Valencia Negra). La cita fue en el FNAC San Agustín (Valencia).




Taxi es la historia de un Ulises contemporáneo, nos cuenta el autor. Sandino, el protagonista, es un personaje «que sabe de la vida a través de las repeticiones de la vida». Un «cobarde- valiente» que huye de la gran conversación que definirá el rumbo de su vida en pareja, pero no huye de otras cosas que desde fuera pueden parecer extremas. Y sobre todo, y aunque parezca que a veces lo desea, no huye de todo lo que existe dentro de su cabeza.

Los lectores nos subimos a la mente de Sandino como pasajeros y aunque a veces no entendamos ciertas desiciones o motivaciones, podemos llegar a sentirnos identificados con él en muchos aspectos, y no en aspectos que seamos capaces de expresar en público o entender como ‘positivos’, lo confieso.

Si Sandino brilla por su complejidad, los secundarios que lo acompañan, poseen un encanto igual de particular. Parecen de carne y hueso. Zanón tiene una capacidad enorme para crear personajes potentes, y ese es uno de los rasgos que hace a Taxi tan especial.

Barcelona es un personaje más dentro de esta historia. Es un ser vivo que Sandino, sus pasajeros, amigos y enemigos, recorren como una surte de sangre que fluye por las arterias de este gran ser. Pero es la Barcelona que se queda cuando los turistas hacemos las maletas y volvemos a casa. Es una cuidad que respira bajo la piel. Mirarla a través de la ventana de Taxi vale mucho la pena.




Sobre la estructura de la novela, el autor nos cuenta que quiso hacer un libro que se narrara en círculos. Y lo consigue. Este taxi nos lleva en todas las direcciones posibles. A veces hacia el pasado, hacia los recuerdos de un personaje que evoca momentos trascendentales en su vida, momentos que contribuyeron a formar su carácter y pensamientos. Otras veces nos detenemos y pasamos un buen rato dentro de su cabeza, reflexionando, sintiendo con él. Y luego, parece que avanzamos, que los días se suceden, y nos aclaran —o no— ciertos detalles. Pocas veces tendremos la certeza de saber hacia dónde nos dirigimos, pero así es la vida, como este libro: idas y venidas de nuestros miedos, recuerdos, deseos y circunstancias.

Y la música. Este libro canta y toca por todos sus poros. No soy de las personas que tienen la capacidad de escuchar música mientras leen, pero si a ti se te da bien el ejercicio, tienes historia con soundtrack incluido. Amantes de The Clash, van a flipar en colores con Taxi.

 Para Santiago Álvarez, esta obra «se salta todas las estructuras tradicionales de la novela negra». A Taxi no le falta macarrismo ni misterio, pero desde el primer momento sabes que es más que todo eso; que es una novela distinta y auténtica. Creo que por esta razón, Álvarez considera esta obra como «el mejor trabajo de Zanón hasta la fecha». 

Sobre la literatura, el autor —y nuevo comisario del festival BCNegra— concibe a la escritura como una vocación, y nos deja tres consejos: insistir, mejorar y leer a gente buena. Y algo más sobre el papel de la narrativa: hablar de los otros para hablar de nosotros. 


¿Te subes a Taxi? 

Fotografía del libro: Iván Jerez.

MARGARET ATWOOD Y ALIAS GRACE


La escritora Margaret Atwood (Canadá, 1939), ya resulta familiar a los lectores de medio mundo. El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), su obra más importante hasta la fecha, ostenta el título de ser una de las más premiadas, valoradas, y cómo no, fotografiadas y subidas a Instagram. 

La serie The Handmaid’s Tale, producida por la cadena Hulu, y adaptación del libro, arrasó en la pasada entrega de los premios Emmy. Pero Atwood no es una autora novata con un golpe de suerte, no. Estamos hablando de una de las escritoras más consagradas de la literatura mundial. Está de moda, es verdad, y no se puede negar lo evidente; pero en el mundo de las letras, siempre ha estado presente, y lleva años demostrando que su narrativa es auténtica, de calidad y capaz de llegarnos a todos. 

Su obra abarca poesía, critica literaria y desde luego, narrativa. Aunque sonó para el Nobel este año, desgraciadamente no fue elegida. No tengo nada en contra  de Kazuo Ishiguro, de verdad, pero me habría encantado ver el premio en manos de Atwood. El Nobel aún se le resiste, y espero que sea por poco tiempo. Los que sí se ha llevado a casa: el Arthur C. Clarke (1987), el Booker (2000), el Príncipe de Asturias de las Letras (2008) y este año le otorgaron el Franz Kafka

Comprometida hasta los huesos con el arte, con la lucha por los derechos de la mujer, la libertad de expresión y los grandes problemas medioambientales, Atwood no ha tenido miedo jamás de levantar la voz y decir lo que piensa. Sus obras se impregnan de ese espíritu luchador y crítico con la realidad. 

Canadá es otro de los temas recurrentes en su obra. A la autora le interesa e inspira la historia de su país, el legado cultural de los canadienses y su proyección en el mundo.


"La escritura de obras de ficción es un arte del tiempo: a través de ella los acontecimientos se suceden, se ponen en marcha cambios; en otras palabras, la ficción cuenta historias. Y, a través de esas historias, nos conocemos a nosotros mismos y a los demás. Un país sin historias sería un país sin espejo: no proyectaría ningún reflejo, y ello llevaría, en el mejor de los casos, a una existencia fantasmal, sombría. «¿Quién soy?», se preguntarían los ciudadanos. Y no habría respuesta. Un país así tampoco tendría corazón, pues la escritura es un arte de las emociones. En una era de especialización, sólo el arte puede mostrarnos la totalidad del ser humano en sus muchas variantes.

Todo, en nuestras sociedades, se ve influido no sólo por la tierra que nos sustenta, sino por el mundo imaginativo que construimos, y en el que habitamos. Incluso nuestras instituciones aparentemente más sólidas se sostienen en las ideas que tenemos de ellas, en nuestra fe en su existencia. Los bancos se desmoronan cuando perdemos la confianza en ellos, tal como se ha visto recientemente. Y lo mismo sucede con las naciones. La función del arte, en cierto modo, consiste en imaginar lo real y, al hacerlo, dotarlo de ser".

Estos párrafos forman parte del discurso de agradecimiento que dio en la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en el 2008. Son mentes brillantes, como las de Atwood, las que  dan forma a las respuestas que se nos quedan atrapadas en los labios cuando alguien nos pregunta ¿por qué te gusta tanto la literatura? 





Las obras de Margaret Atwood te tocan. Dudo que algún día pierdan su universalidad, y creo que siempre será importante, y un placer, volver a ellas. El cuento de la criada, es uno de mis libros favoritos, y el que me llevó a seguir explorando su obra. Así fue como caí en el mundo de Alias Grace.

"En 1843, y a la edad de 16 años, Grace Marks se hizo famosa en Canadá al verse involucrada en el asesinato de Thomas Kinnear, a cuyo servicio trabajaba como criada, y del ama de llaves y amante de este, Nancy Montgomery. James McDermott, el mozo de cuadra de Kinnear y autor del crimen, fue condenado a muerte; pero a la joven se le conmuto la pena capital por la de cadena perpetua. Grace, siguiendo el consejo de su abogado, interpretó el papel de adolescente desorientada y, puesto que alegó haberse desmayado en diversas ocasiones mientras se perpetraban los crímenes, no pudo dar una versión clara del desarrollo de los acontecimientos y de su participación en ellos. Dieciséis años mas tarde, el joven médico estadounidense Simon Jordan intenta rescatar de la adormecida memoria de la reclusa las escenas reales que acompañaron al violento suceso, basándose para ello en las nuevas técnicas aprendidas en sus viajes por Europa".


Alias Grace se construye a través de la voz de Grace Marks, de los pasos de Simón Jordan —al que seguiremos de la mano de un narrador omnisciente—, y diversas cartas, artículos periodísticos, fragmentos de poemas y frases, que sirven como introducción a cada capítulo. Son las voces que componen el relato.

“Como es natural, he novelado los acontecimientos históricos… No he modificado ningún hecho conocido, si bien los relatos escritos son tan contradictorios que los hechos inequívocamente «ciertos» son muy escasos…” (Margaret Atwood, Alias Grace)

Grace Marks existió. Los asesinatos sacudieron a la opinión pública durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX, generando opiniones diversas sobre los motivos para cometer el crimen, el juicio y la condena. Atwood ve en este hecho una oportunidad, y crea una novela que nos hace cuestionar absolutamente cada detalle. 


El siglo XIX fue una época determinante en la historia canadiense,  aunque creo que a nivel mundial, la lucha entre tradición y progreso, se convirtió en una constante sin límites definidos. Poco tiempo había pasado desde la Rebelión del Bajo Canadá, sobre la que leeremos pequeños detalles durante toda la novela. Su recuerdo se mantiene bajo distintas perspectivas, aunque es Mary Whitney la que alza más la voz al respecto. 

Grace es una inmigrante irlandesa, lo cual tiene un peso ideológico a la hora de ser juzgada. No solo es pobre e inmigrante en una tierra dividida entre el nacionalismo canadiense y los tories, también es una mujer. 

Las mujeres, uno de los temas centrales en la obra de Atwood. Cómo se enfrenta y sobrevive una mujer pobre al siglo XIX. A pesar de los cambios, de los avances médicos, del valor que se le da a los expertos en campos como la medicina o la justicia; el peso de la tradición se deja sentir  con fuerza. Los prejuicios y la religión: dos factores a tener en cuenta en esas sociedades a medio camino entre la vida rural y la industrialización.  

Atwood saca toda la artillería pesada, y aunque sé que la metáfora de las matrioskas en literatura está ya un poco trillada, viene como anillo al dedo para describir la forma en la que la autora estructura la novela. Grace Marks nos cuenta la historia de su vida, y en los detalles del relato vislumbramos aspectos de su personalidad. Sin embargo, esta cadena de descubrimientos dan pie a nuevos misterios. Creemos llegar al fondo y resulta que solo hemos logrado desvelar una capa dentro de la profundidad del personaje. La gracia, y lo brillante en esta novela es que, aunque lo parezca, nada se queda en el terreno de lo ambiguo. Todas las voces que intervienen en la historia nos ayudan a construir a una Grace Marks cada vez más interesante.

Grace es un personaje brutal. No solo porque es inteligente a rabiar y compleja hasta decir basta, lo es, sobre todo, porque es capaz de llevarnos por donde quiere. A veces me hacía sentir como un juguete de trapo en el hocico de un perro juguetón. El abogado defensor de Grace la define  como 'una Sherezade'. No estoy de acuerdo en el contexto general de todo aquello que rodea a la definición, pero lo de Sherezade le va que ni pintado. 

Por el camino de la narración, experimentaremos las vergüenzas de la tradición y los prejuicios. Para toda la sociedad, Grace es un objeto, una pieza de exhibición dentro de un contexto en la que la mujer sigue considerándose como una pieza decorativa más, la eterna desconocida. ‘Hija de Eva’, causante de todos los males de esta tierra.

La duda constante es el combustible de la novela, pero durante la travesía vas a experimentar todo tipo de emociones. No es una historia de buenos y malos; son personajes vivos, como si tuvieran carne.  Siempre a medio camino entre el conocimiento y la ignorancia, entre el vicio y la virtud. Grace vive en los grises, por eso no encaja en el blanco y negro de la mentalidad del resto.

Antes de leer Alias Grace, no sabía qué demonios era un quilt. El quilt es una colcha artesanal que se confecciona a partir de retales, lo que también se conoce como patchwork. La imagen de Grace y Jordan en el cuarto de costura, no solo es una imagen bonita, también es simbólica. Porque la novela está llena de símbolos. Es una delicia descubrirlos a través de los diseños de las colchas, de las letras, de los ambientes y las cosas. Alias Grace es como un quilt. Los capítulos son retales, trozos de tela, de pensamientos, de momentos que uniremos lentamente, hasta formar su figura.

Atwood no deja nada al azar, ningún aspecto escapa a su control. Todo tiene un cómo y un porqué. En ello radica su genialidad.

Si tuviera que elegir una frase que describiera la esencia de Alias Grace, me quedaría con la siguiente:

“Pero por debajo, siento otra cosa, una sensación de estar completamente despierta y vigilante. Es como despertarte de repente en mitad de la noche sintiendo una mano sobre la cara e incorporarte con el corazón desbocado y ver que no hay nadie. Y por debajo de eso se percibe otra sensación, la sensación de que te desgarran para abrirte; pero no como un cuerpo  de carne, no duele tanto como eso, sino como un melocotón; y ni siquiera un melocotón desgarrado, sino como un melocotón demasiado maduro que se hubiera abierto espontáneamente. Y dentro de ese melocotón hay una piedra”.

Los convencionalismos morales, la represión y la búsqueda de vías de escape; los albores de las ciencias de la mente, intentando desentrañar siglos de superstición y prejuicio; la histeria, ese mal considerado como ‘femenino’; el sonambulismo; la pérdida aparente de la memoria: todo encaja a la perfección con el momento histórico en el que se desarrolla la novela. 

El gran acierto de la narrativa de Atwood es que, aunque sus historias nos dejen con más preguntas que respuestas, fluyen ante nuestros ojos con buen ritmo. En ello reside el talento de esta escritora, en no cerrar la puerta a ninguna posibilidad creativa. 

Alias Grace siempre estará allí, esperando que te atrevas y te tires al pozo emocional de cada uno de sus personajes. Tal vez descubras que, en algunos aspectos, aquellos seres del Canadá del siglo XIX, y nosotros, no somos tan distintos. 




ALIAS GRACE: LA SERIE

La directora Sarah Polley (Canadá, 1979), fue la encargada de dar vida a la miniserie canadiense, eso sí, bajo la supervisión de la mismísima Atwood. Se estreno en Netflix este viernes, generando mucha curiosidad entre los seguidores de la obra de Atwood. Todo un reto tirarse a la piscina con una nueva adaptación, sobre todo después del exitazo —y supongo que del presupuesto— de su hermana The Handmaid's Tale. Pero ni Polley ni la producción, el elenco, o la propia escritora, se achantaron.

La serie cumple. Una adaptación impecable, que cuida e intenta en todo momento respetar y honrar el espíritu del libro. Sarah Gordon (Grace Marks) hace un trabajo impresionante, y el elenco al completo responde con todo. Cabe destacar la participación de David Cronenberg (Canadá, 1943) y Anna Paquin (Canadá, 1982).  

No decepciona ni baja la guardia. Los momentos importantes, la carga emocional de los acontecimientos, todo está allí. Seis capítulos: más que suficientes para contarnos la historia. Como regalo, Atwood hace un ‘Stan Lee’, y lo hace la mar de bien.

En las adaptaciones alguien perderá, es así. Le tocó al doctor Simon Jordan. En la serie, su importancia pasa a un segundo plano, pero es comprensible, y lo hacen de la manera más respetuosa posible. Hacia la recta final, retoman un poco el tema de la correspondencia. Gran acierto, pues forma parte de la estructura de la novela.

Recomiendo ver la serie, casi tanto, como recomiendo leer Alias Grace


Debo confesar que ha sido una de las entradas más difíciles de escribir. Intentar recuperar los trocitos de emociones, de información, de sensaciones de un libro..., sobre todo cuando se trata de una escritora tan importante, de la que últimamente se habla tanto, y de la que hay tanto que decir. 

Estoy segura de haberme dejado un montón de cosas en el aire; espacios en blanco en los que hay lugar para seguir hablando de esta gran creadora de historias. Tengo el consuelo de que ese espacio se llenará con las palabras de los nuevos lectores de Margaret Atwood, y serán ellos los que aprecien y pongan voz a todas aquellas cosas, millones de cosas, que yo he pasado por alto. 

CUENTOS PARA NO DORMIR



No sé que fiesta celebres tú en estas fechas: ¿Halloween? ¿Día de Muertos? ¿Día de Todos los Santos? ¿Samhain?  No importa, siempre apetece leer una buena historia de terror que nos ponga a tono en estos días.

En esta ocasión, y como seguro que, entre disfraces, fiestas y rock n’ roll, tendrás poco tiempo para estar en casa y sumergirte en un ladrillo de páginas, te traigo una lista de cuentos muy efectiva. Historias hechas para pasar miedo, para desconcertar y cuestionar la realidad. Historias para no dormir…

¡Felices fiestas! Y buenas lecturas.



EL ENTIERRO DE LAS RATAS. Bram Stoker

Es el gran Bram Stoker (Irlanda, 1847- 1912), así que ya tienes el cincuenta por ciento del camino recorrido a la hora de elegir. El entierro de las ratas, no es una historia de terror al uso, no hay fantasmas ni vampiros (aunque se trate del padre de Drácula), pero eso sí, da mucho repelús. 

En el año de 1850, un joven inglés, haciendo turismo por París, decide visitar y explorar un vertedero al que llama Ciudad de la Basura. Pasearse por los bajos fondos, nunca saldrá bien, eso lo sabemos todos. Pero la curiosidad siempre atrae peligro, y ¿qué sería de los lectores sin personajes curiosos y arriesgados? El joven protagonista pasa unos momentos terribles. Stoker no se lo pone nada fácil: nuestro chico tendrá que sobrevivir en aquel horror de basura, oscuridad, podredumbre y ratas. 

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BERENICE. Edgar Allan Poe

Una noche de cuentos para no dormir, sin Edgar Allan Poe (Estados Unidos, 1809- 1849), es como que tu mejor amiga (o amigo) te baje el novio: ¡no tiene ni puñetera gracia! Así que Berenice es una excelente opción para pasarlo mal. 

Egaus vive en una mansión antigua, con torres, biblioteca, cuadros viejos, y todo aquello que hace que el ambiente sea propicio para la tragedia. Pero hay algo más, Egaus está enfermo de un mal que hace que se vuelva el más friki de los frikis si centra su atención en algo en concreto. En la mansión también vive Berenice, prima y prometida de nuestro protagonista. También está enferma, padece ataques de epilepsia que van mermando su salud y belleza. Dos personajes así, metidos en una casa como aquella… nada puede salir bien.

Esta historia trasciende a su tiempo y a la atmósfera gótica que la rodea, porque el miedo a la locura, a perder la cabeza, es uno de los miedos más arraigados y profundos. No queremos ni imaginar lo que seríamos capaces de hacer si no tuviéramos el control sobre nosotros mismos. Mientras la mente humana siga siendo esa gran incógnita, Berenice no dejará de impactarnos.

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ACEITE DE PERRO. Ambrose Bierce

Ambrose Bierce (Estados Unidos, 1842- 1914) es un maestro del cuento. En pocas, muy pocas palabras, es capaz de meterte de lleno en un mundo increíblemente construido. Y sus mundos no son sencillos, no. En las breves líneas de Aceite de perro, hay demasiado para dejarte pasmado. La historia no le pide nada a esas  novelas monumentales que llenan los escaparates de las librerías durante la temporada alta. 

Este cuento es retorcido, desconcertante. Un pueblo rural de lo que denominan ‘la América profunda’, puede llegar a ser tan espeluznante como un castillo infestado de vampiros en  la Europa del Este. Si no me creen, acuérdense de La Masacre de Texas (Dir. Tobe Hooper, 1974). 

Bierce saca el arsenal de buen hacedor de cuentos y nos regala una historia muy loca, redonda y más  compleja de lo que pueda llegar a parecer. 

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LA NARIZ, Nicolái Gógol

Imagina que despiertas una mañana y tu nariz ha desaparecido. En su lugar sólo tienes una superficie de piel lisa que debes cubrir mientras intentas resolver el misterio… 

La nariz, de Nicolái Gógol (Ucrania, 1809- 1852), no es un cuento de terror como tal, pero quise que tuviera un lugar en esta lista porque posee un componente sobrenatural que desconcierta bastante. 

Cada época tiene sus monstruos, su terrores, pero hay miedos eternos, miedos que van más allá de nuestras creencias o formas de entender la vida. No creo que nadie quiera verse en la situación de La nariz.

A pesar de ser una historia con toques de humor —se han hecho versiones ilustradas y dirigidas al público infantil—, no puedo evitar que esta historia me provoque escalofríos. Me sucede también con La metamorfosis (Franz Kafka). Despertar y descubrir que nada es como lo dejaste la noche anterior… Soy incapaz de desprenderme de esa sensación de angustia. Por eso me gustan estas historias, porque nos enfrentan a situaciones que nos sacan de la zona de confort, porque nos descolocan. Dan directamente en la diana de los miedos más arraigados, más profundos, esos que arrastramos desde niños.

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Nuestros miedos han cambiado, eso es evidente. Hoy en día, nos asustan más los fenómenos climatológicos que las momias. Nos asustan mucho las posibilidades que alberga el espacio exterior, las enfermedades víricas, los rincones oscuros de la mente. La tecnología se ha convertido en el centro de muchos de los miedos que desarrollaremos en el futuro. Vemos un capítulo de Black Mirror (Netflix) y nos sudan las manos, nos va más rápido el corazón. 

Enfermedades que fabrican zombies; vampiros que hace tiempo dejaron de esconderse en el castillo. Los robots son los nuevos monstruos de Frankenstein… ¡Cómo hemos cambiado! Pero seguimos teniendo miedo. Nuestros cuerpos experimentan los mismos procesos y reacciones ante los sustos, que los de nuestros antepasados. 

Nos aterra y atrae a partes iguales todo lo relacionado con el miedo. Por eso, y mientras exista algo que te haga pasar un mal rato, tendremos buenas historias para no dormir.

Así que, no olvides mirar debajo tu cama esta noche… solo por si acaso. 


Dulces sueños.

CARNE Y HUESO INSPIRANDO FICCIÓN


La historia se construye sobre los hombros de personajes únicos. Sabemos de ellos gracias a su legado y a sus biógrafos. Aspectos de sus vidas se convierten leyenda, y la leyenda se transforma en nuevas historias que sirven de inspiración a aquellos que escriben ficción.

Esta entrada no es un homenaje a las personas de carne y hueso que inspiraron estos libros (aunque no negaré que  cada uno de ellos resulta atractivo). Es un pequeño tributo a todos los autores que encuentran la inspiración en la realidad de otros y la transforman en algo nuevo. No debe ser un trabajo fácil, pero estos tres escritores nos demuestran que bien vale la pena el viaje y el esfuerzo.

Elegí estas tres obras por aquello que las rodea: sus ambientes, sensaciones y emociones. Trozos de historia para dejar volar la imaginación. 

Cada una te llevará por sitios y circunstancias tan dispares, como dispares son las vidas de estos tres personajes. Prometo risas, lágrimas, dudas. Prometo historias que te mantendrán bien aferrado al libro. Prometo, lector, plumas rebosantes de imaginación y de oficio.





Llegué a este libro por Sherlock Holmes, en realidad, llego a muchas de mis lecturas gracias al detective más famoso de todos los tiempos. Todo lo que huele a Sherlock, es para mí como una necesidad. No me canso del inquilino del 221 B de Baker Street. 

La sorpresa fue grande. Rafael Marín (España, 1959) es mucho más que un buen escritor. Ha sido el traductor de un montón de nuestras obras de ciencia ficción favoritas  ¿Te suena haber leído a autores como Ray Bradbury, Orson Scott Card, John Brunner, Brandon Sanderson, Ursula K. Le Guin o Robert Harris?  Ya le puedes dar las gracias. 

Sobre Marín se pueden decir un montón de cosas, todas buenas, pero no acabaríamos nunca —un pendiente más en la lista de entradas que se nos van acumulando—. Te adelanto que cualquier libro suyo merece ser leído. Así que empecemos por Elemental, querido Chaplin, ¿no?

¿Y si Sherlock Holmes no fuera solo producto de la imaginación de Arthur Conan Doyle? ¿Y si realmente existió? Charles Chaplin, sí, el Chaplin que todos conocemos, una de las figuras cinematográficas más importantes de todos los tiempos, da fe de ello, y lo hace a través de un manuscrito descubierto en una caja de seguridad de un banco suizo. 

El pequeño Charlie se une a los Irregulares de Baker Street y ayuda a nuestro detective favorito en un caso que implica a un escritor que todos conocemos, y a un villano chino que seguro conoces. Años más tarde, un Charlie joven y nuestro detective, volverán a unir fuerzas en un caso muy importante:  proteger al hombre más inteligente del mundo.

Watson, Mycroft, Wiggins, Lestrade… ninguno de los nombres del universo Sherlock falta en esta historia. Chaplin los conoció a todos, los recuerda y atesora  esos encuentros. 

La dura infancia del joven, la lucha diaria forjando su carrera de actor, reflexiones sobre la realidad de su tiempo; todo cabe en esta aventura. Te sorprenderá enormemente la rapidez con la que se te van a pasar las páginas. Quedarás fascinado ante todos los personajes, iconos de la ficción y de la realidad, que desfilan  por aquí. No te adelanto los nombres. Tendrás que descubrirlos tú mismo.





LA HERMANA DE FREUD. Goce Smilevski

En una nota increíble, firmada por Alberto Manguel para el periódico El País, hay una frase que tengo que citar aquí porque creo que le hace justicia, no solo a La hermana de Freud, sino a muchos libros cuyos personajes han salido de la carne de la realidad: 
«La hermana de Freud demuestra cómo el arte de la ficción puede plantear ciertas preguntas esenciales que las ciencias históricas no pueden o no se atreven a plantear»
A veces, la necesidad de crear un libro de esta naturaleza, va más allá del homenaje o del gusto de transportar al lector a la vida y obra de estos iconos. A veces, esas historias cuestionan e intentan hacer una reflexión sobre sucesos y desiciones determinantes en sus vidas. Manguel habla de  «personajes infinitos», aquellos que están llenos de matices, de fans y detractores. Aquellos de los que nunca está todo dicho.


«En 1938 Sigmund Freud consigue un salvoconducto para huir del régimen nazi y la posibilidad de llevar consigo a algunas personas de su entorno. Escribe una lista de dieciséis nombres, entre ellos están su perro, su cuñada, sus criadas y su médico, pero no sus hermanas. Una de ellas, Adolphine, es la protagonista de esta asombrosa novela sobre la familia Freud, el esplendor artístico y cultural de Viena a comienzos de siglo, y la controvertida época que le tocó en suerte»

En este libro, no es Freud el personaje principal, pero son sus acciones, o mejor dicho, su decisión,  la que sirve como detonador de esta historia. 

Goce Smilevski (Macedonia, 1975), muestra las relaciones familiares entre Adolphine y los suyos —centrándose en la relación con su hermano— desde una perspectiva digna de análisis freudiano. Es como dar a los Freud "una sopa de su propio chocolate". 

El gran acierto de esta novela es, desde mi punto de vista, que el autor se esforzó mucho para no escribir un típico relato lacrimógeno de un supuesto hermano malo (a veces rarito), y sus consecuencias. Aunque la novela está llena de pasajes emotivos, de momentos que sí que pueden llegar a sacarte una lagrimita; para él es más importante delinear personajes fuertes, circunstancias que hagan que el lector no juzgue y condene desde la superficie.

Adolphine es increíble: una mente  brillante, una fuerza de la naturaleza, pero empequeñecida por su tiempo, circunstancias, y por las relaciones familiares tan complicadas que, como a cualquier persona, marcan de por vida. Te resultará sumamente interesante, y a ratos inquietante, dejarte llevar por sus recuerdos, por las reflexiones que hace sobre el trabajo de su hermano, los aspectos duros de sus vidas y el largo camino que debe sortear como judía en un país gobernado por el régimen nazi. 




EL CASO NERUDA, Roberto Ampuero

Este autor, otro de los que se suma a la larga lista de autores que merecen su propia entrada en Letraterrestres, es uno de los escritores más reconocidos en América Latina. La saga de Cayetano Brulé, de la que forma parte El caso Neruda, lo ha colocado en lo más alto de la novela policiaca latinoamericana. Roberto Ampuero (Chile, 1953), además de escritor, ha llevado una vida política destacable como embajador de Chile en México y como ministro de Cultura. Trotamundos, y conocedor de la historia y la actualidad política, ambos aspectos siempre están presentes en sus historias. Pero vamos a lo que nos ocupa, que en este momento no es Ampuero, sino el sujeto de su inspiración: Pablo Neruda.

En las letras en castellano, ¿quién no conoce a Pablo Neruda? El primer libro que compré, con el dinero de mi lunch escolar, fue Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Unos vendedores fueron a mi colegio y nos hablaron de las bondades de la lectura. Caí como mosca. Leer ya me gustaba, pero esas palabras sobre la importancia de leer, me atraparon por completo. Yo pagué lo correspondiente a un helado, o a una bolsa de patatas fritas, y ellos me vendieron a Neruda. No fue un trato comercial justo, lo sé. Perdieron de calle.

Fue Neruda lo que me acercó a ella. Hasta entonces no sabía nada de nada, ni de Ampuero, ni mucho menos de Cayetano Brulé. 

Este libro es el sexto, y penúltimo, de la saga del detective. Ya llevaba unas páginas cuando me enteré. Estuve a punto de dejarlo y buscar el primero, pero, por la Wikipedia supe que  es una «...especie de precuela,  donde Cayetano, mientras se dirige a ver a unos posibles clientes, rememora cómo se inició en el oficio detectivesco». Así que decidí retomarlo sin miedo, y a ese punto quiero llegar: disfrutarás igualmente del libro sin necesidad de leer primero toda la saga.

Valparaiso, Chile. Un Neruda de casi setenta años contacta con un joven cubano, Cayetano Brulé, para encomendarle una misión. Era la época previa al golpe de estado en Chile. Ampuero retrata maravillosamente el ambiente de esos días, la tensión, los enfrentamientos, Allende incluido. Viajes a México, a Cuba, al Berlín de la RDA… Cayetano descubre cosas que lo enfrentan a nuevas incógnitas, y mientras cumple su misión, ahonda más en el poeta,  en su vida e intimidad. 

A veces triste, a veces cargada de humor, esta novela es una aventura a tener en cuenta. Bien dice Neruda a Cayetano Brulé, cuando lo bautiza como detective, que los personajes de Poe o Conan Doyle (refiriéndose a Dupin o a Holmes), fracasarían si intentaran resolver casos en América Latina. Y esa verdad se cumple cuando vemos a nuestro detective «cubano de Florida» metido entre legajos y legajos de papeles en una oficina de la burocracia mexicana. 

Los amores de Neruda, otro de los aspectos  importantísimos del libro. Amores intensos y complicados. Amores de poeta. Neruda da para mucho en este sentido y Ampuero lo sabe y lo utiliza. Pone en evidencia sus luces y sombras. Construye a un Neruda maduro, que hace balance de su vida y toma conciencia de los asuntos del pasado que necesita resolver. Si Neruda te gusta, vas a disfrutar bastante. Si no conoces su obra, sé que te va a despertar el gusanillo. 

Ampuero crea ambientes de manera impresionante. De verdad te traslada a la época y a los lugares donde sus personajes ponen los pies. Describe con mucho mimo los detalles, te transporta.

Quizás los menos afortunados con esta lectura, sean los fanáticos de hueso colorado de la novela policiaca. Siento a Cayetano Brulé, más cercano a Kostas Jaritos,  protagonista de la saga escrita por Petros Márkaris (salvando las distancias y las épocas, claro está), que a los detectives-superhéroe, a los que estamos acostumbrados hoy en día. Tanto Jaritos, como Brulé, son personas en apariencia corrientes, pero con buen olfato y nada ajenas a los acontecimientos de su tiempo. Jaritos vive y se preocupa de la crisis griega, así como Brulé vive y se preocupa de la tensión política chilena.


Aquí tienes, lector, tres novelas que te acercarán un poco más al universo de estos señores tan conocidos, tres hombres que no han pasado desapercibidos por la historia ni por la literatura, y que a pesar de los años, siguen inspirando y siguen hablando a través de los valientes que se atreven a sacudir sus pedestales.

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