PROYECTO HERODES (Cuento)


Buscando en el baúl de documentos, me encontré con este cuento que escribí el año pasado, si mal no recuerdo. Lo comparto con todos ustedes. 

Saludos desde la guarida. 




PROYECTO HERODES 





(Fotografía, Iván Jerez)



“… A la historia no se le puede formular la pregunta: ¿qué   habría ocurrido si…? Esa pregunta le está contraindicada. La historia está siempre determinada por leyes. 
Lo que ocurrió, ocurrió: ella razona sólo en esos términos.
No necesito esas leyes.
Quiero saber qué habría pasado, 
si aquello no hubiera ocurrido.
Y lo que pasará…”

 La quinta esquina, Izmail Métter.


Está Bitácora de Misión será entregada a las autoridades competentes al finalizar la serie de misiones que los miembros del proyecto hemos programado. Cada uno de nosotros redactará una, especificando sus tareas y el desarrollo de las mismas durante el proyecto.

Me reclutaron hace ya más de cinco años para formar parte del grupo de trabajo que ha confeccionado, y que está a punto de llevar a cabo, lo que ha sido denominado como Proyecto Herodes (P.H). He pasado todos estos años trabajando codo con codo con ellos, confiando en que las decisiones que hemos tomado cambiarán la historia, salvarán vidas y nos conducirán a un tiempo presente distinto y positivo. 

Se han realizado diversos estudios sobre los impactos históricos, políticos y sociales que derivarán del desarrollo del proyecto, así mismo, se han elaborado teorías científicas sobre las posibles consecuencias físicas de cada misión. No hemos encontrado señales catastróficas que nos impidan seguir adelante. Pero no soy yo quien debe detenerse y exponer cada uno de estos puntos. Para una información más detallada, toda la documentación estará disponible en los distintos departamentos científicos del P. H.

Mis competencias son las siguientes: soy la encargada de hacer los saltos a través de la H. G. W. Estos saltos se dividen en dos: saltos de rastreo y saltos de misión- ejecución. Soy el último eslabón de esta gran cadena de personas que han dedicado los últimos años de su vida a luchar para reconciliar a la humanidad con su historia. Cada uno de los que forman este equipo merece mi admiración y reconocimiento, pues se han embarcado en una operación titánica, dejando de lado sus vidas, a sus seres queridos, todo en nombre de un bien mayor. Tenemos la convicción de que lo que hacemos aquí es la mayor prueba de amor hacia los nuestros: la raza humana y el planeta que nos ha albergado durante tantos y tantos siglos. Mi experiencia y rango militar, así como los cinco años de entrenamiento que llevo al servicio del proyecto, certifican mi capacidad para la empresa. Agradezco enormemente la confianza depositada en mi persona para formar parte de esta reconciliación histórica con la humanidad. 


Los saltos de rastreo para todas las misiones que llevaremos a cabo, se han realizado con anterioridad. Llevo dos años trabajando sobre los terrenos. Los datos obtenidos se han evaluado concienzudamente para establecer las estrategias de acción. A partir del día de hoy comienzan los preparativos para los saltos de misión. Se realizará un salto por semana. El salto durará sólo unos minutos en nuestro tiempo del 2063, independientemente de las horas empleadas sobre el terreno. El resto de los días, entre un salto de misión a otro, servirán para retomar fuerzas, redactar esta bitácora y preparar el siguiente salto. 

Se ha establecido que durante el periodo de saltos de misión permaneceré aislada de todo contacto humano para evitar que la información del exterior me cause algún trastorno físico o emocional derivado de los posibles cambios de rumbo del tiempo presente. Tengo todo lo necesario para sobrevivir al aislamiento en el laboratorio donde nos encontramos, yo y el dispositivo H. G. W. 

Todos los miembros del equipo del Proyecto Herodes estamos dispuestos a asumir las consecuencias de lo conlleve reescribir la historia contemporánea. 

Por razones de seguridad, el equipo del Proyecto Herodes ha decido que mi identidad no debe ser desvelada. 

¡Haremos justicia!


Misión «Sosó»

Tras cinco saltos de rastreo, he logrado localizar al objetivo. Si desea una información más detallada de las misiones de rastreo, consultar la Bitácora de Rastreo. 

El día de hoy, jueves, 26 de abril del 2063, a las 10 horas, 0 minutos, en la base secreta  del Proyecto Herodes, yo, agente primera del equipo del Proyecto Herodes, me preparo para llevar a cabo el primer salto de misión: Misión «Sosó», a través del dispositivo de viaje espacio-temporal, denominado H. G. W. 

¡Haremos justicia!


Gori, Georgia, 1888.

La misión ha sido un éxito. Acabé pronto y decidí celebrar el triunfo e instaurar una tradición a modo de obsequio personal cada vez que concluya una misión satisfactoriamente: visitar un lugar emblemático del sitio al que tenga que saltar. 

Estoy bien, no sé si “contenta” es la palabra adecuada. La justicia no sabe de sentimientos, la justicia está más allá de la emociones humanas. La justicia restaura la armonía y nos hace avanzar con orgullo. El lugar y el tiempo del que vengo, me ha enseñado que para avanzar hay que retroceder, y han creado gente brillante, capaz de lograr que “mirar atrás” no sea sólo privilegio del recuerdo y la memoria. Ahora yo puedo ver, oler y tocar lo que hay detrás de mí. Gracias a ellos, ahora yo puedo ser el brazo que corregirá el daño, el brazo justo. Pero, volvamos a mi regalo, a mi tradición. Estoy a los pies de Uplistsikhe, la antigua ciudad de roca. Quería verla con mis propios ojos antes de regresar. Y soñar, soñar con volver a este lugar otro día, pero no a bordo de la H. G. W., quiero volver en mi año presente, contemplando con orgullo mi contribución a hacer del mundo un gran lugar. Quiero volver en otras circunstancias para contemplar la nueva fisonomía de este sitio. Creo que actualmente, en el 2063, estas ruinas ya no son ni siquiera un recuerdo. Después de hoy, tal vez, cuando vuelva y trabaje duro para dar por finalizado el P. H., estás ruinas seguirán en pie. Todo puede suceder.

Llegué muy temprano a las puertas de la escuela. En los viajes de rastreo determinamos cuáles serán los movimientos precisos para completar la tarea. Uno de ellos era llegar temprano y prepararme para interceptar «al niño» a la salida de clases. Estuve horas esperando, sin  comer ni beber nada, no es recomendable ingerir alimentos en los saltos al pasado, ni recomendable, ni apetitoso. La calidad del agua da miedo. 

Anduve un poco por el sitio sin alejarme de la entrada lateral, que es por la que salen los alumnos; la entrada principal, es la de la iglesia. Durante los saltos de rastreo elegí un día concreto para llevar a cabo la misión. Ese día es hoy. El niño saldrá de la escuela acompañado de un par de críos más. Se despedirán tras cruzar un par de calles juntos. Una vieja pide limosna, justo en la esquina. El niño la mirará con curiosidad. «¡Qué sucia está!» debe pensar, porque, aunque sus ropas son viejas y están gastadas, el niño asiste a clase limpio y bien peinado. El crío sigue su camino, cruza una calle más y llega a un pequeño callejón en el que ataja el camino a casa. No son mas que unos cuantos metros de oscuridad, pero me sirven. Ya estoy allí, esperando. 

Lo tengo frente a mí, un chiquillo pálido, flaco, con un par de libros bajo el brazo. Quizás en ellos se cuentan historias de su héroe: el montañés Koba. Su rostro está lleno de cicatrices de la viruela. «Un sobreviviente», pienso. 

El sol parece iluminar todo Gori, menos ese callejón, allí la luz no penetra demasiado, sólo lo suficiente para reconocerle y para que él vea en mí a una mujer, una de tantas que habitan aquella ciudad en aquel tiempo. Al pasar a mi lado, inclina la cabeza a modo de saludo. 

Tiemblo. 

Es sólo un niño.

Intento dominarme y alcanzarlo antes de que salga del callejón. 

— ¡Iósif! —le digo. Se gira y me mira con curiosidad. Se acerca un poco.

— Acércate más —le animo— Conozco a tu madre… —mi ruso es terrible, pero me esfuerzo y lo consigo. 

Lo tengo. Lo agarro por el cuello, lo atraigo hacia mí. Sus libros caen e intenta deshacerse de mi abrazo, pero ya es tarde. Sé que necesita gritar, sé que no hay nadie cerca que pueda escucharlo y dejo que lo haga, que grite lo que quiera, que reviente sus pulmones y desgarre su garganta a gritos. Necesito escucharlo para saber que ese instante es real, que en algún lugar hay un contador de seres humanos asesinados cuyo número desciende con cada uno de mis actos. Almas que tendrán una vida larga y darán más vida, almas ajenas al horror de su tiempo. 

El chiquillo grita, dice algo que no comprendo. Debo terminar con esto. Tiro de él hasta ponerlo de espaldas a mí, saco el cuchillo de entre mis ropas y le rebano el cuello. Un aleteo de mariposa lo ha cambiado todo. 

Lo alejo de mi cuerpo, mientras su ser pierde esa fuerza vital que nos mantiene de pie. Intento tumbar rápidamente en el suelo su pequeña figura sin vida, no quiero que su sangre manche este vestuario que me hace sentir el personaje de una película mala. El pequeño Iósif, de nueve años, se ha ido. Murió al instante. 

Misión cumplida.

Uso la tela de su pantalón para limpiar mi cuchillo. Sé que aún me queda algo de tiempo, así que intento saciar mi curiosidad. Le quito los zapatos. «¡Qué viejos son sus zapatos!» También los calcetines, remendados hasta la saciedad. ¡Allí está! Una membrana, uniendo dos dedos de su pie izquierdo. Viene a mi mente en esa vieja teoría conspiranoica de los reptilianos. Sonrío ante la ironía de la vida.  
Debo irme ya, pero antes vuelvo a mirar la carita de aquel niño frágil y vulnerable que parece dormir sobre gran charco de sangre. 


He caminado mucho rato para llegar hasta Uplistsikhe. Lo he hecho en medio de un frío que no comprendo. Las primaveras en estos lugares de la tierra son sólo extensiones del invierno y estas ropas no ayudan mucho y pican demasiado, debo tener la piel roja y llena de rozaduras. No sé por qué, pero sigo tocando la empuñadura de mi cuchillo con tanta fuerza que hasta me duele un poco la mano. Lo traigo oculto en el bolsillo y me aferro a él mientras caen lágrimas de mis ojos. He llorado mucho todo el camino a Uplistsikhe. El sol ilumina con su luz blanca, pero ni rastro de sus rayos. 

Me gustaría moverme un poco más, subir e internarme en el interior de esta ciudad esculpida en la roca, tal vez para seguir llorando o para gritar y enloquecer con el eco de mis gritos dentro de las cuevas, pero creo que es hora de volver. Nunca había estado en Georgia, jamás. Dicen que aquí, en Gori, hay un museo dedicado a él: al gran Iósif, a Sosó… Prefiero no pensar. 

El dispositivo H. G. W., me ha traído de vuelta a la base secreta y al año 2063. Necesito asimilar todo. Paso a paso. Tengo  que dejar de ver la cara del niño al que le he cortado el cuello. Pero cierro los ojos y allí está. Tengo que olvidar, poco a poco, porque, este día, el Proyecto Herodes ha comenzado a hacer justicia. 

He matado a Stalin.



Misión «Intento No. 43»

Tras cinco saltos de rastreo, he logrado localizar al objetivo. Si desea una información más detallada de las misiones de rastreo, consultar la Bitácora de Rastreo. 

El día de hoy, jueves, 3 de mayo del 2063, a las 10 horas, 0 minutos, en la base secreta del Proyecto Herodes, yo, agente primera del equipo del P. H., me preparo para llevar a cabo el segundo salto de misión: Misión “Intento No. 43”, a través del dispositivo de viaje espacio-temporal, denominado H. G. W. 


Lambach, Alta Austria, 1897.

Mis manos no dejan de temblar. Miro las montañas que me rodean, que me observan. Blancas, totémicas. En los saltos de rastreo me atraían tanto. Dedicaba valiosos minutos a observar el paisaje, a sentir el viento frío en el rostro, a llenar mis ojos de la belleza del cielo, del verdor de la tierra. Sin embargo, hoy soy incapaz de encontrar belleza en todo esto. Hoy sólo veo un lugar que me domina, que me acusa. 

Me está costando mucho procesar lo que he hecho, pero si observamos la historia de la humanidad, llegar a este punto puede cambiar tantas cosas. Soy consciente de mi triunfo. 

Los libros de historia estarán reescribiéndose ahora mismo. ¿Qué dirán, allá, en el 2063? No lo sabré hasta que la misión concluya. Sin embargo, no soy capaz de sonreír por ello, no soy capaz de reconocer las órdenes que mi cerebro debe  dar a mis músculos faciales para esa acción.

Ahora pienso en mi estúpida tradición, aquella de visitar emblemas de los sitios que piso en cada salto de misión. Esa tradición nació y murió en 1888, en Gori. Venía preparada para hacer este trabajo, y brindar a la sombra del monasterio de Lambach mientras le susurraba a sus piedras que podían meterse sus esvásticas y su religión muy en el fondo, que el niño Adolf no cantaría jamás bajo sus altos techos; estaba lista para mi gran celebración, pero el temblor de mis manos delata mi ánimo. Voy cuesta abajo.

Sabía que el niño Adolf jugaría solo esta mañana, muy cerca del río. Sabía que él y su familia recientemente se han mudado aquí. Sabía que su madre estaba cerca, tan cerca que podría escuchar los gritos de su vástago… Sé tanto. El dispositivo me dice tanto, me indica tantas cosas. Fue fácil. Dice la historia que cuarenta y dos veces intentaron darle muerte. Yo llevé a cabo el intento número cuarenta y tres y se lo ocultaré a esa historia, nadie conocerá mi éxito porque nadie sabrá nunca nada sobre él. 

Llegar a los albores de su vida, tener una oportunidad, nos ha llevado eras; rebanarle el cuello, sólo un instante. El pequeño jugaba con unos trozos de madera. Sentado sobre la hierba, sumido en los confines de la imaginación, susurrando bajito. No cometí el error de dejarme ver, no esta vez. Sé que ni siquiera me intuyó cuando me acerqué, estaba tan absorto, que no tuvo ocasión de defenderse de mi abrazo. Su cuerpo cayó de costado y quedó en una posición muy extraña. Me tomé un momento para tumbarlo boca arriba, para otorgarle un poco de dignidad, mirarlo y cerrar sus ojos. No sé por qué lo hice, no lo sé.

En estos momentos Klara estará llorando sobre el cuerpo de su hijo. En estos momentos, Klara es ya una hoja de otoño, anónima en el viento. En estos momentos la tierra debe girar descontrolada, y el contador imaginario de las almas que han sufrido por su causa, retrocede a velocidad de vértigo.  

Me largo. Voy hacia el dispositivo H. G. W., y de regreso a la base. Dos rostros infantiles me observan a través de estas malditas montañas. 

Haciendo justicia…



Misión «APU»
Tras cinco saltos de rastreo, he logrado localizar al objetivo. Si desea una información más detallada de las misiones de rastreo, consultar la Bitácora de Rastreo. 

El día de hoy, lunes, 7 de mayo del 2063, a las 10 horas, 0 minutos (he decidido adelantar los saltos de misión unos días porque necesito terminar esto cuanto antes), en la base secreta del Proyecto Herodes, yo, agente primera del equipo del P. H., me preparo para llevar a cabo el tercer salto de misión: Misión “APU”, a través del dispositivo de viaje espacio-temporal, denominado H. G. W. 


Valparaíso, Chile, 1920.

No sé bien en qué calle me encuentro, me he desorientado un poco. Sé que tengo que lavarme las manos y regresar rápidamente al dispositivo H.G.W, pero no logro ubicarme. 

Salí como alma en pena de la Plaza de Merced —hoy en día ya no existe, es sólo una plancha de concreto, solitaria, arrasada por los enormes disturbios que asolaron toda América Latina desde el 2038 y que aún proyectan su larga sombra en sitios aislados, tan aislados como Valparaíso. Se le llamaba Plaza O’Higgins cuando iniciaron los disturbios, hace ya tanto tiempo; creo que sólo los muy ancianos recuerdan ese nombre, y esa plaza—. Salí de allí por puro instinto, porque no recuerdo que ningún miembro de mi cuerpo respondiera tras cortarle el cuello al niño. 

Sí, lo he hecho y lo he hecho bien. Imposible fallar cuando se ha programado cada movimiento con antelación; cuando posees todas las perspectivas posibles hacia un mismo punto y objetivo; cuando ese objetivo no es mas que un niño de cuatro años, confiado, que sonríe mientras se acerca a la sombra que, escondida detrás de los árboles, le llama. Su madre conversa animadamente con otras mujeres, madres también. Tarda unos minutos en darse cuenta de que su hijo ha desaparecido, y cuando lo hace, es tarde ya, tarde para ella, para los suyos. Su hijo no alcanzará la madurez, no recibirá honores, no hará llorar a otras madres como, seguro, ahora mismo debe estar llorando la suya. Su hijo no morirá viejo e intocable. Su hijo, ahora, ha muerto demasiado joven. Yace en la hierba, con el cuello partido en dos. Yo he matado al niño. El contador del dolor humano retrocede. El dolor que antes todos compartíamos, ahora es sólo mío. Necesito terminar con esto. Ir a por los otros, rápido, sin pausas que me atormenten por las noches. Una cara más se une al espectáculo nocturno de sobras que me invaden mientras intento dormir. 

He decidido que avanzaré por este camino llamado “saltos de misión” a pasos de gigante, para que todo esto acabe pronto, para poder abrir la puerta de la base y ver qué es lo que le ha pasado al mundo, para volver a dormir sin sentir, en mis manos temblorosas, el tacto de un cuchillo que rebana carne, carne joven.



Misión «Cerillita»

El día de hoy, miércoles, 9 de mayo del 2063, a las 10 horas, 0 minutos…


Ferrol, A Coruña, 1893.

No había cumplido el año. Desde el principio supe que sería un salto de misión difícil y complicado. La madre no se despega del crío prácticamente nunca. Los espacios donde se mueven están llenos de militares: amigos y familiares, desfilando por doquier. Me moví rápido y terminé con su vida y también con la de Pilar, su madre. No tuve opción. Desde que se llevaron a cabo los saltos de rastreo sabíamos que no tendríamos otra opción.  «Daños colaterales», le llaman.

Estoy a punto de regresar a la base. 

Desde que volví de 1893 le he dado vueltas a las cosas. Supongo que mi trabajo en el proyecto Herodes ha provocado cambios enormes fuera de esta base. No lo sé. Se barajaron muchas posibilidades, sin embargo, todo está como lo he dejado. Cada vez que vuelvo de un salto, no noto nada distinto, ningún cambio en estas cuatro paredes perfectamente aisladas e higienizadas (gracias a un sistema electrónico que permite mantener este lugar en condiciones óptimas para el resguardo y funcionamiento del dispositivo H.G.W.). No poseo ningún indicador que me muestre lo contrario.

El único cambio está dentro de mi cabeza. A veces estoy tentada a activar la alarma para que alguien interrumpa el proyecto y venga  a mí y me convenza nuevamente de que rebanar cuellos de infantes ha servido para darle un giro y una oportunidad a este mundo incapaz de soportar la megalomanía de un chico malo más. Pero debo continuar. Aunque duela.



Misión «Duce».

Hoy es 11 de mayo en el 2063…

Está hecho. He estado en algún lugar de Italia. No puedo más. Se ha defendido, incluso ha suplicado por su vida como si tuviera consciencia del significado de la muerte. Y le he escuchado. Lo he hecho porque se lo debo. Estábamos solos, había tiempo para escucharle, pero me arrepiento, me arrepiento tanto. 

Este cuchillo, reposando sobre mi mesa blanca de trabajo, ha dejado de ser un arma, extensión de mi brazo, dotado de mi fuerza y habilidad. Este cuchillo ha adquirido vida propia. Ahora yace aquí, cubierto de sangre, igual que sus tiernas víctimas. Está exhausto, pero aclararé su anatomía con agua pura y recuperará fuerzas y me pedirá un sacrificio, sólo uno más para liberar al mundo, porque de eso está hecho este mundo, y la historia: de libertadores cargados de artilugios letales dotados de vida propia. 

Otra cara infantil más que recordar por las noches mientras intento conciliar el sueño. 

Mi cuchillo y yo matamos niños para que no se conviertan en hombres que maten a otros niños. Esta ecuación: ¿en que lugar de la cadena nos deja?, ¿qué somos mi cuchillo y yo?

Benito Mussolini está muerto… otra vez.



Misión «Big Daddy» CANCELADA

13 de mayo del 2063…

Hoy no puedo. Estoy enferma. No tengo fuerzas para seguir con esto. Mi cuchillo está esperando. Desde aquí puedo ver su filo ansioso… pero yo no puedo.



Misión «Big Daddy» COMPLETADA

17 de mayo del 2063.

Llegué a la Uganda de 1930. Como podrán leer en lo saltos de rastreo, esta operación fue muy complicada en su planeación porque la historia no aportaba suficientes datos sobre del lugar de nacimiento y los primeros años de vida de Amin Dada. Tuve que centrarme en rastrear dos ciudades en muy poco tiempo: Kokobo y Kampala. Al final, conseguí dar con el objetivo en una de ellas  y diseñar  un plan para el salto de misión. 

Mi cuchillo rebano el cuello del niño, muy temprano, a la luz de los primeros rayos de sol.

Tras dejar constancia del éxito de la misión “Big Daddy” y realizar las maniobras de inspección del dispositivo H.G.W., he decidido llevar a cabo todos los saltos de misión a la máxima brevedad posible, espero puedan entender mi decisión de apresurar las cosas. 

No puedo esperar más, no puedo ceñirme a un calendario. No es desobediencia, simplemente necesito hacer todo esto de un tirón y salir de la base cuanto antes. No puedo controlar la sed de mi cuchillo. Pide más. Me despierta por las noches, lo hace a través de las caras de los niños. «Terminemos con esto» me dice. He pensado que tiene razón, que no puedo prolongar más estos momentos necesarios para reescribir la historia. Mientras estoy aquí, sentada, con los documentos del Proyecto Herodes entre mis manos temblorosas, en algún lugar del tiempo y la geografía, mucha gente sufre porque yo no he llegado hasta ellos. El contador de almas atrapadas en el dolor, avanzará hacia su número infinito si yo no hago nada. No puedo vivir con ello y tampoco puedo vivir con la necesidad de sangre de mi cuchillo. Tengo la responsabilidad de seguir adelante y debo hacerlo pronto y rápido, muy rápido. 

La lista de niños que no han sido visitados, se expande ante mis ojos. No recuerdo que fueran tantos. ¿Será que el cambio en la historia, que mi cuchillo y yo hemos llevado a cabo, ha dotado a esta lista, aquí en el 2063, de nuevos nombres, de nuevos niños?  ¿Será que el universo reemplaza a unos depredadores por otros? No lo sé, pero la lista no para y yo no recuerdo haber realizado tantos saltos de rastreo a tantos y tantos sitios. Sin embargo, sé que cuando llegue a esos lugares y a esos años, recordaré que estuve allí y sabré qué hacer, aunque las lágrimas me cieguen y las manos no me paren de temblar. Sabré que estoy allí para verter las calles y los prados, la tierra y el asfalto, con la sangre que mana de esos cuellos tan jóvenes. Sabré que mi misión es purificar al mundo para que rectifique el rumbo, para que retome su eje.

No tiene sentido someter al escrutinio de personas que no sabrán nada sobre la fisonomía de la historia anterior a los saltos de misión de la H.G.W, los resultados del proyecto. Para ellos, los nombres de estos niños asesinados no significarán nada, por lo tanto, considero carente de sentido detallar los lugares que visito, los tiempos en los que me muevo, los nombres de las carnes que mi cuchillo corta. No tiene sentido. Estoy aquí para borrar todos esos errores, ¿no?, entonces: ¿para que hacer una cronología de lo que ya nunca más será? ¿Para que perpetuar en las mentes los nombres de seres que ya no arrojarán su miseria sobre nosotros?

Hay una pregunta que ronda en mi cabeza desde hace algunos días y cada vez con mayor intensidad: ¿tendrán consciencia alguna, todos los que forman parte del Proyecto Herodes, de lo que pasa conmigo dentro de la base? Sé que hay otro grupo en aislamiento total: serán los que carguen con el peso de la historia que ya no es tal, serán los que, probablemente, palmeen mi espalda y lean con entusiasmo está bitácora incompleta y escucharán y entenderán cada una de mis palabras con total claridad. Después, estarán los miembros del equipo en aislamiento parcial: serán los locos, los conejillos de indias que entenderán a medias todo lo que aquí se hace y por qué se está llevando a cabo. Ellos sufrirán el choque de dos realidades que se superponen. Esta bitácora será para ellos como la historia de un Marco Polo que moldea lo real con materiales del mundo de los sueños. Y al final de la cadena, estarán el resto, los que habitan el planeta en este tiempo; nada de esto tendrá sentido para ellos. 

Saltemos, sin pausa, sin mirar atrás, sin descanso, con la esperanza de un final y una salida.


Misión «Shaoshan» COMPLETADA


Misión «Saloth» COMPLETADA


Misión «Yuri» COMPLETADA

Murió ahogado, junto a su hermano pequeño. Mi cuchillo tiene sed…


Misión «Ogro» COMPLETADA

Misión, misión, misión, misión…


La lista es interminable. Mi cuchillo ha estado de fiesta en muchos lugares y fechas. Me preguntarán si he visto cambios. Los he visto. Algunos saltos de misión han resultado verdaderas sorpresas porque distaban mucho de lo observado en los saltos de rastreo. He cambiado al mundo, he metido mi mano y mi cuchillo en muchos escenarios a través del tiempo y todo ello ya da frutos. Hay niños en la lista que jamás existieron, he ido a por ellos y no los he encontrado porque se han perdido en el constante movimiento al que he sometido a la historia. Esos niños no existirán para ser un adulto sanguinario. El contador de las almas ya no se alimentará de sus crímenes. Otros niños estaban allí, esperando, tal y como sabíamos que sucedería. Pero la inmensa mayoría, aunque seguían en el sitio, sus circunstancias ya habían cambiado. Tuve que improvisar mucho para completar las misiones con éxito.

El mundo es otro, la historia es otra, pero nada es mejor. Nuevas ramas crecen del árbol torcido en que he hemos convertido todo. Una tumba se queda sin cadáver, pero inmediatamente otro cuerpo sin vida ocupa su lugar. Una mano nueva sujeta el revolver, pero el arma apunta, dispara y asesina de la misma forma. Un niño degollado es sustituido por un adulto terrible. Podría seguir saltando hasta que el dispositivo H.G.W estallé en mil pedazos, o simplemente decida perderse en algún punto del viaje; podría sobrealimentar el filo de mi cuchillo, pero siempre, siempre habrá alguien cuya macabra obra nos sobrecoja; siempre habrá un trozo de carne con ojos, listo para someternos y dominarnos; para torturarnos y silenciarnos.

Y yo, ya no puedo más.


Misión «Epílogo»

No he llevado a cabo ningún salto de rastreo para la siguiente misión porque ya poseo toda la información que necesito. 

El día de hoy, martes, 1 de enero del 2064, a las 10 horas, 0 minutos, en la base secreta  del Proyecto Herodes, yo, agente primera del equipo del P. H., me preparo para llevar a cabo el último salto de misión: Misión «Epílogo», a través del dispositivo de viaje espacio-temporal, denominado H. G. W. 

En algún lugar del tiempo…

“… Mas muerto Herodes, he aquí el ángel del Señor aparece en sueños á José en Egipto, Diciendo: Levántate, y toma al niño y á su madre, y vete á tierra de Israel; que muertos son los que procuraban la muerte del niño…” 
(Mateo 2, 19-20).


Conozco el camino. Sé donde girar, qué portal cruzar, las órdenes que debo dar al ascensor para que me lleve a la puerta deseada. Sé que sus padres duermen hasta tarde. Hace calor. Los inviernos nevados han quedado muy atrás en la memoria. Sólo los viejos hablan de ello.

Sé que ella se levanta temprano, porque le gusta ver la programación infantil de la pantalla del salón, mientras se alimenta de las sobras de la fiesta de fin de año que hay encima de la mesa. 

La observo un buen rato desde mi escondite. No la recordaba así. No la recordaba tan pequeña, no recordaba que tuviera la cara tan redonda, ni el pelo tan marrón. Tiene sólo cinco años.

Lo que sí recordaba, perfectamente, era esa mañana. La oscuridad de la casa (porque todas las persianas de la ciudad deben estar echadas a esas horas en las que los rayos del sol son altamente peligrosos); los padres, tan cansados, que no despertarían hasta bien entrada la tarde. Ella insistiría en que la llevaran a dar un paseo por el mercado subterráneo y después tomarían una merienda en un restaurante “vintage”, donde servían sucedáneos de lo que se comía cuando el mundo despertó al año 2000. Sus padres pelearían, como perros y gatos, y ella se sentiría culpable durante años por el desenlace de aquella discusión. 

«Debimos habernos quedado en casa»

Le ahorraré ese mal rato, le ahorraré todo lo demás.

Me he acercado a ella. La luz de la pantalla ilumina tenuemente su rostro. Me ha mirado, me ha sonreído, creo que esperaba mi llegada, creo que sabe que ella soy yo.

Le he cortado el cuello, como a todos esos niños. 

Mientras acuno su cuerpo y nos desvanecemos, juntas, pienso que esto es lo correcto, es la esencia del proyecto: eliminar a todos aquellos que mancharon la tierra de dolor y muerte. Y yo lo he hecho. He recorrido muchos años y muchos sitios para arrancar vidas, con un propósito. ¿Acaso todos ellos no creían tener también un propósito?

Ya he perdido la cuenta de los niños que he matado. Son tantas las caritas que me persiguen y que cada noche me recuerdan que me he convertido en su versión adulta. Si les hubiera dejado crecer y sembrar cadáveres en su trozo de historia, serían como yo. Pero aún no eran así. Cuando yo llegué a apagar los latidos de sus corazones, aún no se manchaban las manos. 

Nos vamos, pequeña. No sé qué mundo dejaremos, y no me importa. Porque de algo puedes estar segura: ya vendrán otros, ya vendrán.





























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